Declaración de Alex Dressler sobre la Masacre del Río Lempa

Declaración de Alex Dressler sobre la Masacre del Río Lempa

Esta declaración fue preparada por el periodista estadounidense Alex Dressler para ser publicada con nuestro reportaje sobre el masacre del Río Lempa. Con el director Frank Christopher, Dressler produjo el documental In the Name of the People (En nombre del pueblo), el cual fue nominado para un premio Óscar en 1985. Se puede ver el documental íntegro en YouTube.

He leído cuidadosamente los seis documentos publicados por el Departamento de Estado de EE.UU. que contienen información relevante al acontecimiento que yo he llamado anteriormente “masacre del Río Lempa.” Debido a que fui el primer periodista en llegar al lugar de los hechos en marzo de 1981, horas después que los asesinatos hubieran ocurrido, agradezco esta oportunidad de proporcionar más información de la que se ha publicado hasta la fecha sobre lo que descubrí ese día. Hago esto con la esperanza de que pueda emerger un relato más claro de los hechos, sobre todo considerando la información contenida en los documentos publicados por el Departamento de Estado.

Alex1980
Alex Dressler (i) con un colega en Centroamérica, 1980.

El 18 de marzo de 1981, Chris Leplus, un camarógrafo, y yo nos encontrábamos en Santa Rosa de Copán, un pequeño pueblo en Honduras ubicado a poca distancia de El Salvador. Yo había tomado un receso de mi trabajo como corresponsal de asuntos latinoamericanos en el periódico The San Diego Union para filmar un documental sobre la guerrilla en El Salvador. Nos encontrábamos en las oficinas del Comité en Solidaridad con el Pueblo de Centroamérica (COSPUCA), entrevistando a Fausto Milla, un sacerdote de la localidad. En 1980, Milla había denunciado la masacre de campesinos salvadoreños en el Río Sumpul. Milla me estaba contando sobre el arresto e interrogación a la que lo habían sometido autoridades hondureñas por haber denunciado la masacre, cuando recibió un llamado telefónico desde La Virtud, un pueblo hondureño de la frontera con El Salvador, cerca del Río Lempa, que separa los dos países.

Milla colgó el teléfono. Era aparente que estaba remecido. Me dijo que la persona al otro lado del teléfono le había pedido que fuera rápidamente a La Virtud, porque había sucedido otra masacre. Esta vez era en el Río Lempa.

La Virtud ya estaba sobrepoblada con refugiados salvadoreños viviendo en tiendas de campaña. Varias organizaciones de ayuda humanitaria daban servicio a los refugiados, especialmente de salud y sanidad.

“Mi persona de contacto ha dicho que cientos de personas, mujeres y niños, intentaban cruzar el río y que el ejército salvadoreño los estaba asesinando,” dijo Milla. “Él me dijo que el ejército hondureño también estaba involucrado.”

Aunque ya era tarde, decidimos ir en vehículo a La Virtud. Manejamos toda la noche el cuatro por cuatro de Milla, pasando por caminos oscuros, montañosos, y angostos, preguntándonos qué iríamos a encontrar cuando llegáramos a la frontera al amanecer.

En La Virtud nos encontramos con la persona de contacto del Padre Milla. Juntos caminamos a Los Hernández, donde estaban reunidos muchos de los refugiados que acababan de llegar. Lo que encontramos al llegar al pueblo muy temprano por la mañana fueron cientos de campesinos traumatizados, durmiendo debajo de los árboles, al lado de caminos polvorientos. La clínica improvisada operada por Médicos Sin Fronteras estaba repleta de heridos. Muchos de los pacientes habían sido baleados o heridos por morteros. Una mujer había sido baleada en la mandíbula. Se la cubría con un trapo sangriento. Los montes hacían eco del llanto de los niños.

El Padre Milla y yo entrevistamos a tantos testigos como pudimos. A media mañana un pequeño grupo de refugiados se acercó a nosotros. Querían que volviéramos con ellos al río, para ayudarlos a encontrar sobrevivientes. Un hombre dijo haber perdido a su hijo mientras cruzaba el río. Creían que como yo era un periodista de Estados Unidos, podría protegerlos de los soldados hondureños o de los escuadrones de la muerte salvadoreños que operaban en la zona. Si iban solos, me decían, arriesgaban ser asesinados.

El Padre Milla, Luplus, y yo acordamos acompañar al pequeño grupo de hombres y mujeres al río.

En el río nos encontramos a una niña pequeña llamada Segunda. Debe haber tenido ocho o nueve años de edad. Estaba tirada al lado de un camino, quejándose. Había una mujer sentada a su lado. Su tía. Parado de frente a Segunda, pude ver que la había herido una bala de grueso calibre. Su cadera se había rasgado y tenía la herida abierta. Estaba llena de gusanos. Su tía tenía miedo de entrar a Honduras a pedir ayuda. Tenía miedo de ser baleada. Por eso se habían quedado debajo de un árbol por varias horas.

Mientras los refugiados nos acompañaban a hacer una camilla improvisada para llevar a Segunda a la clínica en La Virtud, Milla y yo caminamos hacia el río. Ambas orillas estaban llenas de ropa tirada y herramientas abandonadas. En la orilla del lado hondureño, nos topamos con el cuerpo de lo que parecía ser una mujer embarazada. Ella había recibido un disparo en la cabeza. Escuchamos a los perros ladrando. Levanté la cabeza para mirar hacia la orilla salvadoreña del río. Un perro se comía el cuerpo de una niña. Le tiré una piedra, pero no surtió efecto. Caminé por los alrededores y recogí un proyectil usado. Era de grueso calibre.

Los hombres que nos habían acompañado hicieron una camilla improvisada y se llevaron a Segunda. Camino a Los Hernández, nos acercamos a una casa. Un soldado hondureño, un sargento, estaba parado cerca de la puerta. Abrí el portón y caminé hacia él. Le dije que llevábamos a la niña herida a recibir atención medica a Los Hernández. Movió la cabeza de lado a lado y me dijo que no la podíamos seguir transportando a ninguna parte. Cuando le pregunte por qué, dijo, “es muy probable que sea la hija de un líder guerrillero. Podemos dejarla morir.” Le respondí que la íbamos a llevar a Los Hernández, nos diera permiso o no. “No,” me dijo. “Eso no sucederá.” Yo insistí. “Puede dispararme si quiere,” le dije, furioso por su falta de humanidad. “¿Y qué cree que le pasó al nicaragüense de la Guardia Nacional que mató al periodista estadounidense, Bill Stewart? Causó furor internacional. ¿Cree que lo condecoraron? ¿O quizás su superior le disparó por detrás de la cabeza? Si quiere me dispara, pero vamos a llevar a esta niña para que sea atendida.” Caminé hacia el sendero. Tontamente, empecé a contar mentalmente. Pensé que si llegaba hasta diez, no me dispararía. Afortunadamente, no pasó nada.

Después de casi un año, llegué de vuelta a la zona. Pregunté por Segunda. Era bien conocida en el campamento de La Virtud. Nos reunimos. Me alegré de ver que su herida había sanado bien. Reía y jugaba con sus amigos.

En base a mis entrevistas, pude documentar que al menos 50 personas, la mayoría de ellas mujeres y niños, habían sido asesinadas. Los testigos contaron que habían recibido disparos desde el lado salvadoreño y desde el lado hondureño del río. Después de llevar a Segunda a ver a los doctores, me reuní de manera clandestina con un guerrillero salvadoreño que había acompañado a los refugiados a Honduras. Él me entregó algunas grabaciones en audio y rollos de foto en blanco y negro. Me dijo que contenían más evidencia de la masacre.

Días después, salí al aire en un programa de televisión del canal ABC, News Nightline, con Ted Koppel, presentando toda la evidencia que yo había reunido sobre la masacre. Su equipo de producción reveló los rollos de foto que yo había recibido del guerrillero. Me sorprendió ver fotos de Segunda acostada en el suelo bajo el mismo árbol donde la habíamos encontrado. No se responsabilizó a nadie de los hechos. Nadie se hizo responsable del asesinato de mujeres y niños inocentes.

Howard Lane, un vocero de la embajada de EE.UU. en San Salvador, le dijo a un periodista del periódico San Diego Union que lo llamó por teléfono por el asunto, “esas noticias sobre las masacres dependen del punto de vista que usted adopte al contarlas.”

Cuando volví al San Diego Union, me informaron que el periódico ya no tenía presupuesto para enviarme de vuelta a Centroamérica. Renuncié a mi trabajo inmediatamente. El Union era conocido por ser uno de los periódicos mas conservadores de Estados Unidos, que apoyaba fervientemente a Nixon y a Reagan. Mis días de trabajo en ese periódico deben haber estado contados desde el día que Reagan se convirtió en presidente.

Si bien varios de los seis documentos publicados por el Departamento de Estado confirman que miles de refugiados salvadoreños cruzaron a Honduras debido a un ataque del ejército salvadoreño a las guerrillas, ellos minimizan las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron. Los cables insisten que los alegatos fueron hechos por las organizaciones solidarias con la guerrilla. Todos los cables niegan que el ejército hondureño hayan participado del incidente.

Me gustaría comentar algunos de los cables.

El documento CO5655046 (ver traducciónse refiere a un artículo del 26 de marzo [de 1981] en La Prensa Gráfica, un periódico salvadoreño. El artículo expresaba la negación por parte de las fuerzas armadas salvadoreñas de que hubiera sucedido una masacre en el Río Lempa y me criticaba personalmente por publicar la historia, que había aparecido en el periódico The San Diego Union el 25 de marzo. El cable afirma que “la negación sugería que ‘muchos periodistas extranjeros engañan a sus lectores, sus radio oyentes y televidentes para poder justificar su permanencia en El Salvador.’” El artículo afirmaba además que, de acuerdo al cable de la embajada, “la participación militar de las fuerzas militares hondureñas habría sido ‘inusual e innecesaria.’”

En el cable no queda claro si me denunciaba el vocero del ejército salvadoreño o La Prensa Gráfica. Ninguna de las dos posibilidades me sorprendería. Durante esa época, era habitual que tanto los periodistas nacionales como los internacionales fueran víctimas de la represión ejercida por las fuerzas armadas y los escuadrones de la muerte, y no solamente en El Salvador sino también en el país vecino de Guatemala. De acuerdo al libro Libertad de Expresión en El Salvador (2004) de Lawrence Michael Ladutke, “el estado salvadoreño y sus aliados ejercieron represión sistemática a la libertad de expresión persiguiendo específicamente a periodistas y medios de comunicación que denunciaran violaciones a los derechos humanos.” Durante la guerra, los escuadrones de la muerte y las fuerzas armadas asesinaron a periodistas nacionales y extranjeros. Eso difícilmente hubiera sido motivo para que los periodistas extranjeros “[engañaran] a sus lectores, sus radio oyentes y televidentes para poder justificar su permanencia en El Salvador.”

El cable continúa diciendo que un miembro del equipo observador de la OEA radicado en San Salvador, había visitado La Virtud el 25 de marzo. Si bien él había “visto evidencia de un nuevo influjo de refugiados”, que él creía había resultado de un barrido del ejército salvadoreño hacia el norte desde Victoria y de un choque con las guerrillas”, él informó que las entrevistas con gente de la zona no habían generado comentarios referidos a una supuesta y dramática “masacre”.

Encuentro especialmente curioso el comunicado del miembro del equipo de la OEA que visitó La Virtud. Esto parece ser un juego de palabras. ¿A ojos del observador de la OEA, qué constituiría acaso una dramática “masacre”? El 25 de marzo había literalmente miles de sobrevivientes del incidente en La Virtud y sus alrededores. Muchos de ellos seguían ahí luego de un año, cuando volví a La Virtud con un equipo de filmación. Yo no tuve ningún problema para entrevistarme con sobrevivientes que me contaran sus historias de horror.

El documento CO5655047 (ver traducciónes un cable que fue enviado una semana después de los asesinatos en el Río Lempa. Su resumen lee así:

Las operaciones salvadoreñas anti-guerrilla la semana pasada produjeron un nuevo influjo de refugiados hacia Honduras. Un “Comité Solidario” pro-guerrilla alega que hubo una masacre de refugiados y operaciones conjuntas de las tropas salvadoreñas y hondureñas. Un oficial local del ACNUR (protext) confirma que hubo un influjo de refugiados pero no vio evidencia de maltrato a refugiados en Honduras. Fuente periodística vio cuerpos humanos, presuntamente de refugiados que escapaban, en un río que forma la frontera. El incidente está siendo descrito por simpatizantes de la guerra como una repetición de la supuesta “masacre” de mayo de 1980. Creemos que los alegatos por maltrato de refugiados por parte de las fuerzas del gobierno de Honduras son falsas.

El cable también cita una fuente que informa de la “continua cooperación positiva por parte del ejercito local, sobre todo para hacer los arreglos y recibir al último influjo de refugiados.” Esta última declaración contradice lo que yo observé cuando llegué a Los Hernández: el miedo de los refugiados a ser asesinados por soldados salvadoreños y hondureños, la actitud de desprecio que el sargento hondureño tuvo hacia la niña herida (hasta el punto de querer que se muriera), y la mención en otros cables a cómo los soldados hondureños forzaban a los refugiados salvadoreños a volver a El Salvador, donde al menos dos hombres fueron posteriormente asesinados.

El documento CO5655048 (ver traducción). El mensaje principal del cable parece ser que algunos campamentos de refugiados, y en especial algunos pueblos de la frontera entre El Salvador y Honduras, dieron a los guerrilleros salvadoreños “fácil acceso a puntos de D & R [descanso y recuperación]” y que parte de la comida, aunque en mínimas cantidades, destinada a los refugiados fue entregada a la guerrilla.

Además, el cable hace referencia a violaciones a los derechos humanos, aunque sin llamarlas de esa manera, cometidas por los soldados hondureños:

Hace dos semanas, soldados hondureños sacaron a tres hombres de los campamentos, los acompañaron a cruzar la frontera y los dejaron al otro lado. Posteriormente se informó que estaban muertos. El ACNUR protestó formalmente esta violación al estatus de refugiado frente al gobierno de Honduras. El teniente hondureño a cargo fue reemplazado y sustituido por un oficial de mayor trayectoria. Han ocurrido un par de incidentes aislados en que el ejército hondureño repatrió a presuntos guerrilleros de El Salvador, pero la política general es deportarlos hacia Nicaragua o Guatemala. Este incidente pone de relieve la laxitud que se les da a los comandantes de las guarniciones, pero también demuestra que el gobierno hondureño debe responsabilizarse de responder a las críticas por tratos inhumanos.

Muchos de los refugiados en La Virtud y sus alrededores, si no todos, parecían haber apoyado a los guerrilleros salvadoreños. Algunos de ellos eran sus parientes. Ayudaron a transportar comida a los campamentos de Chalatenango y Cabañas. Los campamentos de refugiados también fueron un medio de entrada y salida de los campamentos guerrilleros. Las autoridades hondureñas sabían esto. Eso les daba mayor decisión de no dejar entrar a más refugiados al territorio hondureño. Tiene sentido que hubieran hecho todo lo posible por prevenir que los refugiados cruzaran el Río Lempa, pese a lo que los oficiales de Estados Unidos declararan en los cables.

El documento CO5655049 (ver traducción) expresa que “si la situación continúa como ha estado hasta hoy, vemos como una desventaja seguir teniendo helicópteros del ejército estadounidense operando en la zona donde circulan ‘historias sobre atrocidades’ – por ejemplo, en el Río Lempa.” Eso sugiere que algunos oficiales estadounidenses intentaron distanciarse de las violaciones a los derechos humanos que se denunciaban cerca del Río Lempa.

El documento CO5655050 (ver traduccióncontiene el texto completo de la primera conferencia de prensa del embajador Hinton en la embajada de Estados Unidos el 1 de junio. Cuando un periodista le preguntó sobre la masacre en el Río Lempa, Hinton respondió, “Pues, como digo yo, lo encuentro atroz. Estas cosas terribles suceden en una guerra civil… Lamentamos cualquier exceso, cualquier mal uso del equipo que nosotros proveemos.”

El periodista Alex Dressler hoy.
El periodista Alex Dressler hoy.

¿Hubo una masacre en el Río Lempa? Toda la evidencia sugiere que efectivamente sí la hubo. No solamente hubo miles de testigos —refugiados salvadoreños— sino también voluntarios de distintas organizaciones. Un sacerdote estadounidense, el Padre Earl Gallagher de Brooklyn, Nueva York, pasó gran parte del 18 de marzo ayudando a niños a cruzar el río, mientras intentaba evitar las bombas, los proyectiles de mortero, y las balas. Yvonne Dilling, una voluntaria en el campamento de refugiados de 26 años de Fort Wayne, Indiana, también ayudó a niños a cruzar el río. Pero de acuerdo a los cables recién publicados, los informes sobre violaciones a los derechos humanos fueron una exageración o una mentira, fueron parte de una conspiración izquierdista.

Sin embargo, en un cable del 7 de noviembre de 1981, Hinton urgía a Washington a instar a García [el Ministro de Defensa de El Salvador] para que parara lo que él llamó “un nuevo aspecto perturbador del problema de la violencia persistente” ejercida por las fuerzas armadas. “Es particularmente perturbador recibir informes detallados sobre masacres en El Salvador de mujeres y niños a lo largo del Río Lempa y en Chalatenango,” escribió Hinton. “Incluso nuestros propios oficiales fueron testigos de un ataque a metralleta desde un helicóptero sobre civiles desarmados.” El cable fue citado en un artículo del 31 de octubre del 2000 en el periódico The Miami Herald titulado “Enviados informaron por escrito sobre abusos en El Salvador.”

Las atrocidades cometidas en el Río Lempa sucedieron hace 35 años. Los sobrevivientes no sólo esperan que llegue la justicia, esperan que este crimen sea siquiera reconocido.